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Geoffrey Molloy
Las personas asisten a nuestros retiros en Cantabria por muchas razones. Una de las más comunes es para asimilar la pérdida de un ser querido. En nuestra sociedad, nuestra experiencia con la muerte es bastante limitada así que cuando toca, llega como una sorpresa chocante y dolorosa. Desafortunadamente no se habla mucho de la muerte […]
septiembre 5, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Las personas asisten a nuestros retiros en Cantabria por muchas razones. Una de las más comunes es para asimilar la pérdida de un ser querido. En nuestra sociedad, nuestra experiencia con la muerte es bastante limitada así que cuando toca, llega como una sorpresa chocante y dolorosa. Desafortunadamente no se habla mucho de la muerte en general. No recibimos ninguna formación en cómo afrontar e integrar la experiencia, de hecho hacemos todo para no pensar en ello, lo que significa que siempre nos pilla por sorpresa y nada preparados.
El Buda dijo que la vida inevitablemente contiene sufrimiento: nacimiento, enfermedad, envejecer y la muerte. Ninguno podemos evitar estos eventos; son tan inevitables como el amanecer, como respirar. En este aspecto todos somos hermanos y hermanas. Lo que convierte el dolor inevitable en sufrimiento es nuestro apego a cosas tal como están. Deseamos que (sobre todo todas las cosas buenas) no cambien nunca.
La impermanencia es una verdad fundamental de la existencia. Nada es permanente; todo pasará y todo cambiará. Todo lo que nace ya contiene las semillas de su propia muerte. Todo lo que ves – animado o inanimado – (montañas, mares, planetas, estrellas, nuestro sol) han cambiado y seguirán cambiándose. Nuestros estados emocionales, buenos y malos son impermanentes. Nuestra identidad, nuestros cuerpos, nuestras relaciones – nada es permanente. Todo cambiará. Nada en el mundo físico será permanente. La existencia está en un estado de cambio constante. Cuando empezamos a aceptar esto puede que en los principios la vida parezca amarga y dulce a la vez. Sin embargo, aunque estos son hechos ineludibles – la realidad, hacemos todo lo que podemos para no vivir con esta realidad. Cuando la vida va bien, queremos que se quede así: queremos que nuestra relación dure para siempre; que nuestros seres queridos nunca se mueran; queremos seguir ganando cada vez más dinero, siempre ser felices. Vivimos nuestras vidas con nuestra atención en el futuro – planificando, organizando o reviviendo y machacando nuestros recuerdos del pasado.
Cuando nos volvemos apegados a cosas, no aceptamos la impermanencia. Cuando vivimos como si las cosas seguirían como si fuese para siempre, entonces vivimos en la ignorancia; creamos y experimentamos sufrimiento. La vida nos causará dolor inevitablemente pero somos nosotros los que creamos el sufrimiento. Me encantan las palabras de Mike Tyson:
“Todos tienen un plan hasta que te dan un puñetazo en la boca.”
Si no has experimentado este “puñetazo en la boca”, puedes estar seguro que lo experimentarás. Tiene muchas formas: diagnóstico de un cáncer, accidente de coche, aborto espontáneo, divorcio, la muerte de un ser querido, perder el trabajo, un ictus… Por mucho que nos gustaría seguir iguales, aquel “puñetazo en la boca” nos ha cambiado y seguirá haciéndolo. No podemos volver a “cómo estaban las cosas” (algo que fue tan sólo una ilusión de todas formas).
En mi experiencia, las dos maneras más comunes de cómo intentamos tratar una pérdida y el dolor son: como un niño, nos enfurecemos con que la vida no es justa y nos volvemos atrapados por nuestro sufrimiento. Finalmente nos volvemos deprimidos, perdidos en nuestro dolor y pena. La otra estrategia común: hacemos lo mejor posible para “tragarlo” sin “saborear” nada. Intentamos evitar el dolor y las emociones para “volver a la normalidad”.
Lo queramos o no, una pérdida nos cambia. La meditación y otras prácticas de la resiliencia nos recuerdan que la felicidad, el dolor, la alegría y la tristeza, una pérdida y la euforia como todo, son impermanentes – una parte inevitable de la vida.
¿Esto significa que nuestro dolor, nuestra tristeza desaparecerá totalmente? ¡Por supuesto que no! Pero sí, significa que cambiará de textura y forma; va y viene. Algunos días, dolerá tanto y otros días, empezarás a sonreír al recordar algo con un sentido de cariño. El dolor y la tristeza asociados con una pérdida, como todo lo demás, son impermanentes y en cambio constante. Una vez aceptemos esto, incluso si inicialmente sólo a nivel intelectual, entonces nuestro sufrimiento empieza a disminuir. Luego podremos empezar a fijarnos en nuestros pensamientos, emociones y en cómo se sienten nuestros cuerpos, aceptando estas cosas tal como están en el momento presente con curiosidad abierta y cariño hacia nosotros mismos. Cuando adoptamos esta percepción, esta actitud, podemos ver que la tristeza y el dolor son un proceso de curación y luego podemos abrazar el cambio. Abrimos la puerta a la experiencia y las lecciones que trae.
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