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agosto 20, 2019
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Agosto es el mes cuando Geoffrey y yo podemos quedar con nuestros amigos. Disponíamos de pocos días y por tanto cada uno – por su lado… Geoffrey a Madrid y Andalucía para visitar a amigos muy queridos y yo rumbo a Francia e Italia para pasar unos días con mi “cuadrilla”. Nuestra amistad remonta al año 1981/2 cuando compartimos una casa durante nuestro último año de universidad en Bristol. Dos chicos y cuatro chicas. Celebramos nuestro cumple de 60 años aproximados, comiendo una cena interesante y deliciosa de polenta con anchoas, pasta, estofado de jabalí , guisantes de lata…. y una “crostana” en un refugio en los Alpes italianos. Uno de los “chicos”, Charlie, falleció hace cuatro años y mientras jugábamos a “up and down the river” (un juego de cartas irlandés), entre carcajadas y lágrimas nos acordamos de él con mucho cariño.
Teniendo en cuenta lo bien que lo hemos pasado juntos estos días hemos jurado quedar con más frecuencia ya que “nunca se sabe”.En mi viaje de vuelta en mi lectura encontré una antigua fábula de Mesopotamia que me hizo reflexionar aún más en la importancia de apreciar y cuidar nuestras amistades.
A continuación traduzco las palabras del autor Paul Anthony Jones de su libro “Around the World in 80 words” (Vuelta al mundo en 80 palabras):
Samarra es una ciudad en el centro de Iraq al norte de Baghdad al lado del Río Tigris. Es una de las ciudades más antiguas del mundo. Excavaciones han desenterrado artefactos que datan de 6000 A.C. Por esa razón fue catalogada como patrimonio mundial en 2007. Pero esto no es la única razón de su fama. Escondida en el diccionario, la ciudad se encuentra en el corazón de una expresión poco conocida, si no conoces fábulas antiguas de Mesopotamia: Una Cita en Samarra.
Érase una vez un comerciante en Baghdad mandó a su sirviente al mercadillo para comprar unos suministros. El sirviente obedeció y caminó hacia el mercado concurrido donde, sin demora fue empujado hacia un lado por una mujer en la multitud. Cuando se dio la vuelta para enfrentarse a ella, el sirviente se dio cuenta de que no fue una mujer cualquiera, sino la Muerte, que ahora se quedó de pie delante de él, la boca bien abierta y su mano levantada hacia él en un gesto aparentemente amenazante. Al instante, al darse cuenta de lo que había hecho el sirviente entró en pánico y huyó del mercado y Muerte se quedó ahí observándole. Al volver a la tienda del comerciante, el sirviente le explicó a su amo lo que le había pasado y le pidió si podía tomarle prestado su caballo para poder escaparse lo más rápido posible y lo más lejos posible de Baghdad. El comerciante le dijo que sí y el sirviente subió al caballo y se fue. Después de unas 80 millas, llegó a la ciudad de Samarra donde supuso que la Muerte no le encontraría nunca.
El comerciante, al quedarse sin sirviente, se fue al mercado él mismo y ahí reconoció a la Muerte que estaba de pie de manera reflexiva en medio de la muchedumbre. En vez de huirse el comerciante decidió confrontarle sobre la amenaza que había causada la pérdida de los servicios de su sirviente. “Lo siento,” explicó la Muerte, “pero no le amenacé a su sirviente. Simplemente estaba sorprendida de verle aquí en Baghdad, ya que tengo una cita con él esta noche en Samarra.
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