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septiembre 11, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Entre los 10 y 14 años – entre otras cosas – ejercí de monaguillo. Lo hice principalmente para conseguir la aprobación de las monjas y los curas de los asilos de niños desamparados en los que vivía. También me hizo sentir algo más santo que los otros chicos – un bálsamo para el dolor de un ego dañado.
Pasaron los años y en 1984 fui a un taller un fin de semana donde descubrí por primera vez el mundo “alternativo” o “espiritual”.
Fue una experiencia sumamente conmovedora. Sin embargo, con mi profunda ignorancia e inseguridad, empleé mis descubrimientos igual que cuando era monaguillo. Este descubrimiento creó una gama asombrosa de nuevas posibilidades para mi ego. Durante los próximos años me convertí en un “yonqui de talleres”. Con un entusiasmo muy santurrón asistía en todo tipo de retiros, talleres, conferencias. Leí vorazmente un mogollón de libros de autoayuda y del budismo. Me volvía cada vez más “experto” en cosas espirituales. Sin embargo, seguía comportándome como un gilipollas. Esencialmente, permanecí sin cambiar.
En nuestra sociedad de la gratificación instantánea, con las redes sociales, internet, en la que nos centramos en la imagen falsa – del síndrome de “tómate algo”, es decir tratando los síntomas y no las causas; olvidamos que el camino hacia paz en nuestros corazones no se consigue con eslóganes que molan en Facebook, ni por el número de talleres en los que hemos asistido, ni por el número de tatuajes budistas en nuestros cuerpos. El camino se encuentra al adoptar unas prácticas que funcionan (por ejemplo; meditación, compasión agradecimiento) y hacerlas cada día con paciencia, curiosidad abierta y aceptación.
Nuestras mentes son como una huerta. La tierra es fértil de manera que las plantas saldrán y crecerán lo deseemos o no, con o sin nuestra atención. Sin embargo, si lo atendemos cada día con las prácticas correctas, crearemos las condiciones más favorables para que surja la paz, la conexión y la felicidad y que reduzca el sufrimiento. Si no hacemos esto, entonces todos los talleres, libros serán como comprar toda una caseta llena de implementos y herramientas geniales que nunca emplearemos en la huerta. Tristemente sólo están ahí para presumir cara a nuestros amigos y vecinos: “Mira lo chulo que soy con todas estos implementos y herramientas guays.”
Lo peor de todo es que si no cuidamos la tierra fértil de nuestras mentes, puedes estar seguro que otros lo harán. La cosecha la aprovecharán ellos para su beneficio y inevitablemente haciéndonos daño a nosotros. Nos encontramos cada vez más alejados de la paz, de la conexión y la felicidad. En vez de esto, en las palabras de Will Smith:
“Gastamos dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para impresionar a personas a quienes les importamos un comino.”
La meditación, el agradecimiento, la compasión, la impermanencia son herramientas que necesitan ser practicadas regularmente, preferiblemente cada día.
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