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octubre 22, 2024
Alcohol independiente, Boletines,
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Creo que podría empezar desde la perspectiva de ser bebedor pasivo cuando era niño y cómo esto me llevó a convertirme en un bebedor «activo». Mis padres eran adictos al alcohol: violentos, abusivos y narcisistas. Mi experiencia infantil fue un caos, con violencia imprevisible y consecuencias imprevisibles. Había días que mi comportamiento resultaba en una paliza; en cambio otros, el mismo comportamiento, no provocaba ninguna reacción. En gran medida fui abandonado. Durante gran parte de mi infancia fui el niño apestoso del colegio, el de la ropa sucia y el pelo grasiento.
Nunca me sentí reconocido; pasaban de mí. Cuando me preguntaban algo, nunca podía decir lo que quería decir, es decir, expresar mi verdadera opinión. En vez de eso, me pasaba el tiempo intentando adivinar qué era lo que querían oír. Desarrollé un profundo sentimiento de vergüenza hacia mí mismo. Sabía que no me querían; de hecho, estaba convencido de que si alguien llegaba a conocerme, me odiaría. Al no disponer de amor, creía que era mejor que me temieran a que me quisieran. Me pasé la vida intentando demostrar que era mejor que los demás, que merecía respeto.
No tenía ningún sentido del valor intrínseco; mi valor era simplemente lo que conseguía, lo que proporcionaba, mis posesiones. Tenía toneladas de autoestima vacía y muy quebradiza. No era realmente autoestima; era una sobrecompensación neurótica de un profundo sentimiento de inseguridad y vergüenza. No tenía autocompasión. Era horrible y cruelmente autocrítico.
Empecé a beber y a fumar muy joven. Era un adolescente profundamente inseguro; no tenía ni idea de cómo relacionarme con los demás, me sentía patoso, torpe. Eso cambió cuando bebí o fumé marihuana o cualquier otra sustancia. Como muchos otros, me volví divertido, coqueto, seguro de mí mismo, sexy. Me sentía como si hubiera encontrado la respuesta a tantos problemas sin haber identificado o comprendido realmente el problema en primer lugar. Como muchos otros, tenía éxito en mi trabajo, pero estaba vacío como persona.
Nunca pensé realmente que tuviera algún tipo de problema con el alcohol o con cualquier otra sustancia adictiva; al fin y al cabo, tenía éxito material. Esto cambió con la muerte de mi mejor amigo. Entré en una espiral de oscuridad hasta el punto de querer suicidarme. En ese momento tan bajo encontré algo auténtico en mí, una pequeña pero poderosa chispa. Empecé a salir del negro abismo. No fue un ascenso lineal. Cometí muchos errores en el camino. Descubrí las prácticas budistas y la psicología budista. Trabajé con grandes terapeutas y grandes maestros budistas. Me liberé del alcohol y de otras sustancias.
Nunca he padecido la enfermedad imaginaria del alcoholismo. Como muchos en nuestra sociedad consumista del «tomate algo», simplemente confundí la felicidad con estar colocado. Confundí estar «anestesiado» con la paz. Confundí la euforia alcohólica con la verdadera felicidad. Mi comportamiento no era una enfermedad; era una mala adaptación y un intento de automedicar el dolor y el sufrimiento resultantes.
Mi viaje ha sido largo y me ha llevado de vuelta a mí mismo, a mi auténtico yo. Y continúa. Llevo treinta y cuatro años casado con la mujer que me enseñó lo que es el amor. Soy padre de cinco hijos a los que admiro inmensamente. Actualmente, tengo ocho nietos. Vivo en una de las mejores zonas de uno de los mejores países del mundo. Soy un hombre profundamente afortunado porque mi camino me ha conducido hasta este momento escribiendo esto para ti.
Ayudar a otros a escapar de la trampa del alcohol y otras adicciones me produce una inmensa satisfacción. Ayudarles a encontrar la paz, el sentido y la auténtica felicidad me llena. He vivido muchos de esos papeles. Conozco y comprendo la oscuridad, la ansiedad, la depresión, el deseo de no querer sentir, el deseo de querer no pensar. También, comprendo la paz, la compasión, el agradecimiento, el cariño y la conexión. Tomar mi propia oscuridad y convertirla en una luz capaz de iluminar los caminos de los demás se convirtió y será mi propósito hasta que finalmente me vaya de esta vida. He encontrado verdadera paz en mi corazón y experimento verdadera felicidad. Algo que nunca habría podido imaginar para mí.
También, sigo impacientándome; sigo siendo muy capaz de comportarme como un capullo (sólo hay que preguntar a mi familia). En otras palabras, aún me queda mucho camino por recorrer, pero una parte importante de mi paz es saber que el destino y el camino son la misma cosa.
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