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julio 20, 2018
Boletines, Noticias, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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La mente inicialmente activa, comienza a asentarse; un daño que alguien me ha hecho surge en mis pensamientos. Veo el sufrimiento de esta persona, la raíz de sus palabras dañinas, respiro profundamente inhalando, aceptando e invitando a su sufrimiento. Mientras exhalo le deseo felicidad a esa persona. La tensión en mi cuerpo se afloja, el pensamiento se esfuma y pierde su poder. Ahora surgen nuevos pensamientos, pensamientos de planificación, pero a medida que surgen, los libero. Los pensamientos ahora vienen más lentos, aparecen y desaparecen como ondas transitorias en la superficie de un lago en un día casi sin brisa. A medida que el espacio entre pensamientos se expande, el ego desaparece; lo que queda es consciencia, el observador a la vez unido con lo observado. Cae una suave lluvia, con una niebla tierna; el plip – plip – goteo de agua en las baldosas; mi perro acostado a mi lado suspira profundamente; noto el aire fresco en mis pies descalzos; pájaros gorjeando, cada uno con su canción distinta; una brizna de hierba tiembla en la suave brisa, el lejano donk donk donk de los campanos de las vacas, las brillantes joyas del rocío en contraste al intenso verde del trébol, un perro ladra al otro lado del valle, un halcón grita, siento mi abdomen moviéndose al ritmo de mi respiración, en calma, lento y constante. Mi pecho lleno de gratitud – “Que afortunado es estar aquí y ahora, estar vivo, ser consciente y apreciar”.
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