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mayo 23, 2017
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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El Metro de Madrid es excelente, de precio asequible, eficiente e igualitario – mi modo de transporte preferido en la ciudad. También (tal vez sorprendentemente) es un sitio maravilloso para meditar.
El jueves pasado por la mañana no fue nada diferente; formé parte del río decidido pero serpenteante de humanidad. La paciencia y la aceptación son las actitudes claves. La mayoría de mis compañeros pasajeros habían desaparecido hace mucho en su burbuja del “universo-centrado-en-mí” – un mar de cuellos inclinados y caras agachadas, ensimismados en sus móviles – jugando a juegos, enviando mensajes, en facebook – en esencia, en cualquier otro sitio que no era allí en el momento presente. Supongo que es una manera de aguantar la experiencia de esa situación y además forma el contexto esencial de lo que voy a contar. Al bajar de la escalera mecánica me fijé que la palma y los dedos de mi mano izquierda estaban cubiertos de una grasa densa negra. Sentí un instante de irritación que solté enseguida; de todos modos, tenía que llegar a mi cita. Luego la barrera hizo “bip” indicando que mi billete era inválido. Respiré hondo, busqué y rápidamente encontré a una señora controladora del metro vestida de su uniforme granate y gris. Me quedé agradablemente sorprendido cuando la señora sonriente y con paso enérgico eficientemente tomó control de la situación. Mientras esperaba, otra controladora se me acercó y también con una sonrisa preguntó si me podía ayudar. En medio de este mar de humanidad ─ todos apretados, pero cada persona aislada, aquí en este momento surgió la flor inesperada de la simple conexión humana.
Mirando a mi alrededor, vi a una señora de la limpieza y con una mueca cómica, le enseñé mi mano. Chas-chasqueando la lengua me dijo que este tipo de grasa en particular que utilizan en las escaleras mecánicas era difícil de quitar. Con una expresión de determinación, agarró una toalla de papel, pulverizó mi mano con un disolvente y la limpió (tuvo razón; no fue fácil quitarla). Como un niño simplemente permití que me cuidase.
La bondad humana y la conexión que genera es la experiencia más simple y a la vez la más importante, sin embargo, nos estamos volviendo cada vez más privados de ellos ─ cada vez más aislados, más desconectados. Llevé la bondad de esas tres señoras en mi corazón durante el resto de aquel día; todo ese día fue más luminoso gracias a ellas), cuyos nombres ─ me avergüenza decirlo ─ desconozco. Incluso esta mañana, varios días después, escribo esto con una sonrisa en mi cara y un sentimiento de agradecimiento.
Gracias Señoras – estéis dónde estéis.
Autor: Geoffrey Molloy
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