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Navegar a vela – metáfora para la vida

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Geoffrey Molloy

Hora: Cinco y media de la madrugada, 1 de Agosto. Salgo de nuestra finca en Cantabria para viajar hasta Esbjerg en Dinamarca, desde donde ayudaré a mi hermano a llevar su velero a través del Mar del Norte,  a Kent en el sur de Inglaterra. Para llegar hasta allí cojo dos aviones, dos trenes y […]

agosto 21, 2018

BoletinesResiliencia - Mindfulness y más allá

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Hora: Cinco y media de la madrugada, 1 de Agosto. Salgo de nuestra finca en Cantabria para viajar hasta Esbjerg en Dinamarca, desde donde ayudaré a mi hermano a llevar su velero a través del Mar del Norte,  a Kent en el sur de Inglaterra.

Para llegar hasta allí cojo dos aviones, dos trenes y tardo todo un día. El viaje ha sido muy agradable. Inesperadamente he hecho migas con un señor turco y compartimos una comida tailandesa en la estación de trenes de Copenhagen.

Finalmente llego sobre las ocho y media de la tarde. Mi hermano está en el barco y nos ha preparado un curry malayo con ingredientes como pollo, piña, coco y espinacas  –  el alimento del alma de nuestra familia. (Nuestra madre es de Malasia) – ¡Delicioso!

Treinta y dos horas más tarde, a las cinco de la madrugada, zarpamos pronto para aprovechar la bajada de la marea. Estamos cruzando el Mar del Norte a vela – un viaje de unos 670 kilómetros (361,77 Nm). El cielo está despejado, sopla un viento ligero.

Es el comienzo de una pequeña aventura que podría durar entre cuatro y siete días. Estamos por lo tanto a merced de los elementos. Finalmente conseguimos atravesarlo en cuatro días y cinco noches.

Crear las mejores condiciones para sacar el máximo partido

Navegar a vela es una maravillosa metáfora para la vida ya que, aunque sabes a dónde quieres llegar, no tienes ningún control sobre los elementos, el mal tiempo, el viento, el sol, el mar… El trabajo de un buen navegante es ser consciente, “mindful”, mindful de cómo están trimadas tus velas, del manejo del barco y de los cambios en el viento y en el mar.

Se trata pues de estar conectado simultáneamente a los elementos externos y al barco para poder responder correctamente a lo que está ocurriendo.

En un barco no somos capaces de saber lo rápido que avanzaremos o cuándo llegaremos; tan sólo podemos crear las condiciones más favorables para sacar el máximo partido a la situación existente en cada momento y aumentar la velocidad o mejorar el rumbo.

Las conversaciones entre mi hermano y yo el primer día tratan sobre cómo está la familia. Después, se reducen a charlas esporádicas donde los silencios duran horas.

No nos sentimos incómodos, no hay necesidad de hablar. De hecho, la mayor parte de las conversaciones después del segundo día tratan de asuntos náuticos. Por ejemplo, mi hermano me explica cómo funciona el piloto automático de viento.

Creo que si sumásemos la duración de nuestras conversaciones no llegaría a más de medio día en total.

La mayor parte del tiempo lo paso en una meditación “mindful”, eligiendo donde poner mi atención. Mantenerse en el momento presente en estas circunstancias es más fácil.

Mal tiempo y me mareo; no es un mareo que me debilita; es sólo que vomito todo. Esto significa que sólo puedo comer pan duro y beber mucha agua. Cada equis tiempo tengo que parar para vomitar, lo cual siempre resulta un alivio. Me siento peor en el interior del barco por lo que la mayor parte del tiempo lo paso en cubierta; el lugar donde estoy mejor, más feliz.

Un viento fuerte, variable y racheado nos mantiene ocupados a los dos y plenamente conscientes del momento presente. Después, como contraste, pasamos medio día en calma total y con un sol de justicia.

Hay verdaderos momentos mágicos. Por ejemplo, aquella noche bajo un cielo despejado y sin luna. Ningún ser vivo a la vista; sólo nosotros, el barco, el mar y el cielo.

El viento de través; el barco escorado unos quince grados; el sonido que produce el murmullo del agua a medida que el barco avanza a unos seis/siete nudos (11-12km/h); la brisa fresca en mi cara.

El cielo – una perfecta bóveda llena de millones de estrellas y  la vía láctea brillante y perfectamente visible por encima.

Aunque no hablamos, los dos estamos profundamente conmovidos, asombrados, conectados, sintiéndonos pequeños, plenos y en paz. Con un inmenso privilegio y con la gratitud de estar vivos y poder experimentar esta gran experiencia.

El otro lado de la moneda – las ocho horas de tensión navegando la última noche por el estrecho paso para arribar al puerto de Burnham on Crouch. La concentración debe ser total para poder distinguir las luces, las señalizaciones y boyas, evitar los bajos fondos y sortear las arenas. Los obstáculos esperan cualquier lapsus de nuestra atención.

La respiración tipo “box breathing” (inhalar 4, retener 4, exhalar 4, punto nulo 4) es mi aliada; me mantiene centrado y seguro de estar en equilibrio. Todo esto mientras te sientes muy muy muy cansado por haber pasado varios días durmiendo poco y a ratos.

Es por esto que la navegación nos proporciona una gran lección de aceptación y mindfulness; no tiene sentido alguno quejarse por el mal tiempo, la mar o cualquier otra cosa.

Tan sólo puedes limitarte a responder lo mejor que sepas, estando presente y con curiosidad abierta, observando y luego actuando de la forma más positiva posible. No hay control posible sobre los elementos por lo que lo único que puedes hacer es darles la bienvenida.

Autor: Geoffrey Molloy

(Normalmente Geoffrey escribe en inglés, Rhea lo traduce de su manera y Mireya lo mejora. Agradecemos esta vez a Ana Lorente. Sus conocimientos y pasión por la vela han sido de gran ayuda en esta traducción. Thank you so much.)

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