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Geoffrey Molloy
La plena consciencia sin elegir trata de que residamos en el observador; a medida que tus pensamientos surgen, surgen observados pero sin apego o evasión.
noviembre 10, 2015
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Para Rhea y para mí, la playa de Liencres en Cantabria es uno de nuestros lugares preferidos para meditar. Llevamos más de quince años yendo ahí. No sirve de nada agarrarnos a la idea de que la playa de Liencres sea de una manera o de otra. Cambia constantemente: el viento, las mareas, las tormentas, el oleaje, las olas, los pájaros de mar, desperdicios arrojados por el mar, el sol, las nubes, las personas. La playa de Liencres es una lección de impermanencia. Paradójicamente sería más preciso decir que siempre es la misma, mientras que siempre es diferente.
El domingo hizo un día excepcional: cielos despejados, 29 grados de temperatura con una suave brisa – francamente algo raro en noviembre. Dicho esto, también fue perfecto – como siempre.
Fuimos andando hasta el final de la playa y encontramos un sitio para simplemente estar. En vez de meditar en una cosa específica – los sentidos, la respiración o el cuerpo – decidí simplemente permitirme residir en el momento presente, estar en un estado de ser consciente sin elegir en qué prestaba mi atención.
Cualquier persona que ha pasado tiempo con niños pequeños habrá experimentado lo que significa ser consciente sin elegir y habrá experimentado la alegría que provoca en la persona que lo observa. Todos fuimos niños una vez y todos éramos así, experimentando la esencia de la alegría, la conexión y el amor – antes de que nos entrenaran para vivir en el “mundo real”. Me refiero por supuesto al mundo creado por la mente racional: el mundo de “opuestos”: bueno/malo; correcto/no correcto; éxito/fracaso. Nos formaron despiadadamente para ser obedientes; a esforzarnos, complacer, pensar, conformarnos, preocuparnos, juzgar, no hacer preguntas, ser buenos.
Cuando juego con mis nietos, mientras que les observo, veo en ellos una capacidad innata de concentración sostenida. No juzgan la experiencia, no sienten aversión hacia la experiencia y no se agarran a ella; no esperan que no se cambie nunca; no proyectan hacia el futuro; no reviven el pasado. Sencillamente, prestan su atención continuamente sobre algo en el presente. No se encuentran en el mundo de opuestos, sino en el mundo de absolutos, el mundo de estar – un mundo y perspectiva los cuales han conseguido en gran medida matar antes de que seamos adultos.
Nuestra mente racional no puede experimentar la realidad, el presente. Es sólo en la mente intuitiva (el observador) que podemos experimentar el presente. La mente racional se limita a nuestros pensamientos sobre la realidad.
La plena consciencia sin elegir trata de que residamos en el observador; a medida que tus pensamientos surgen, surgen observados pero sin apego o evasión.
Mientras estaba sentado en un tronco arrojado por el mar me volví consciente de los sonidos de una conversación animada pero distante de las personas que pasaban; el chillido puntual pero encantador de un niño; la sensación del sol caliente en mi cuello y la parte de atrás de mi cabeza; la suaves ráfagas de brisa que refrescaban diferentes partes de mi cuerpo; la caricia del viento en los pelos de mis brazos; la frescura de la arena debajo de mis pies; la sensación granulosa de la arena entre los dedos de mis pies; el inmenso sentido de bienestar; la sensación de no necesitar nada; el momento fue completo en sí…; el constante rugido de las olas; el cielo azul infinitamente despejado, el azul oscuro del mar. De repente no muy lejos una especie de maquinaria agrícola se pone a repiquetear y soy consciente que mi reacción es aversión; hubiese preferido no tener este ruido feo repiqueteando en este paraíso. Me fijo en una chispa de irritación que surge; observo con curiosidad como mi cuerpo responde a mis pensamientos sobre el ruido: como mis hombros se ponen algo tensos, una sensación de agitación. La irritación es una especie de enfado. No soy mi enfado, el enfado es parte de mí; es una reacción de mi cuerpo a pensamientos sobre el querer que las cosas sean diferentes a cómo son. Lo suelto y el ruido se convierte simplemente en otro sonido más – ni bueno, ni malo, sólo un sonido con todos sus tonos y texturas curiosos. Es como si una pequeña nube hubiese escondido el sol momentáneamente y ahora la nube ha pasado y sol ha vuelto.
Rhea y yo no intercambiamos ni una sola palabra mientras estuvimos sentados durante más de una hora; pero fui consciente de que había un sentido de compañerismo residiendo en el silencio entre nosotros.
Cuando elegimos la consciencia sin elegir, nos volvemos como un espejo. El enfado surge y se va; la tristeza surge y se va pero somos sólo un espejo. Las cosas se reflejan en el espejo y luego se van. El espejo se queda intacto – sin haber sido rayado por lo que ha sido reflejado.
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