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Malentendidos sobre la meditación y por qué merece la pena meditar

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Geoffrey Molloy

Cuando hablo de la meditación me refiero también a lo que se conoce como “mindfulness” (que, después de todo, es un tipo de meditación también). La meditación mindful es tan sencilla como enfocar toda tu atención intencionadamente en un solo punto − a algo que está ocurriendo en el momento presente, como por ejemplo, la […]

agosto 26, 2020

BoletinesResiliencia - Mindfulness y más allá

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Cuando hablo de la meditación me refiero también a lo que se conoce como “mindfulness” (que, después de todo, es un tipo de meditación también).

La meditación mindful es tan sencilla como enfocar toda tu atención intencionadamente en un solo punto − a algo que está ocurriendo en el momento presente, como por ejemplo, la respiración, sensaciones corporales o tus sentidos (pej, sonidos o lo que ves.) Es importante que prestemos atención de una manera especial. Nuestra actitud siempre debería de ser de curiosidad abierta (es decir aceptar, sin juzgar nada, sin creer que deberíamos de estar teniendo pensamientos diferentes o que deberíamos de estar sintiendo emociones diferentes que las que estamos observando en el momento presente). Hacemos esto con un sentido de cariño suave hacia nosotros mismos (al igual que haríamos con un niño o un buen amigo que está sufriendo o aprendiendo una nueva habilidad) y un sano sentido del humor.

Suena tan sencillo, ¿verdad? Quiero decir ¿Qué podría haber de difícil en ello?

Cualquier persona que lo ha probado, sabrá que no es tan fácil como parece a primera vista. Te acomodas y llevas tu atención a (por ejemplo) tu respiración y dentro de un par de segundos, tu mente se ha disparado, siguiendo tus pensamientos. No lo ves cuando ocurre porque no estás “ahí”. Lo que ocurre es que de repente te das cuenta de que llevas segundos o minutos perdido/a en tus pensamientos. Así que vuelves a traer tu atención al foco de tu atención pero sólo para repetir el proceso de nuevo. Esto es la meditación: fijarte en el foco de atención, darte cuenta de que te has perdido en tus pensamientos, luego volver. Son tres fases: enfocar, darte cuenta y volver.

Si adoptamos la actitud correcta, entonces cada vez que repetimos este proceso debilitamos el apego que tenemos a nuestros pensamientos – un poquito. Nos volvemos más cariñosos hacia nosotros mismos al experimentar directa y humildemente lo poco que controlamos nuestros pensamientos. Esto es la meditación. Lo llamamos “práctica de la meditación” porque, igual que cualquier habilidad que quieres adquirir en la vida, tienes que practicar. No hay atajo.

Esta idea parece extraña en nuestra sociedad, ya que a lo largo de nuestra educación recibimos poca o ninguna formación sobre nuestra mente aunque es la única cosa que nos conecta a la realidad. Nuestra felicidad, éxito, relaciones todos dependen de nuestra mentes y la relación que tenemos con nuestros pensamientos y emociones. La felicidad es una habilidad que se adquiere. Con la meditación puedes entrenar a tu mente para que sufra menos y sea más feliz. Pero tristemente la mayoría de las personas gastan más tiempo y dinero en su peinado de lo que gastan en sus mentes.

La meditación no trata de poner la mente en blanco; tiene que ver con este proceso: enfocarte en el presente, ser consciente de tus pensamientos y devolver tu atención al presente.  Cada vez que haces esto estás soltando un poquito más tu apego a la mente racional (tus pensamientos) y fortaleciendo tu habilidad de simplemente observar (por esto se llama la mente observadora). Piensa en ello como gimnasia mental.

Tenemos unos veinte mil pensamientos al día (la mayoría de los cuales son inútilmente repetitivos y automáticos). Vivimos en una especie de estado constante de “piloto automático”: vivimos una experiencia,  que genera una percepción (es decir pensamientos sobre esa cosa) lo que a su vez produce una emoción y nuestra reacción a esa emoción. No son los pensamientos los que causan sufrimiento en nuestras vidas; es esta reacción en cadena. Son nuestros pensamientos sobre nuestros pensamientos, nuestra reacción emocional a nuestras emociones. Cuando reaccionamos inconscientemente a estas emociones, muchas veces puede acabar en consecuencias de las que posiblemente nos arrepintamos.

A medida que practicamos nuestra meditación, fortalecemos nuestra habilidad de responder en vez de reaccionar.

Cuando hablamos de paz interior, no se trata de la paz de una mente en blanco, sino de estar en paz con los pensamientos y emociones que surgen, sin necesidad de rechazar o agarrarse a lo que está ocurriendo – siempre con curiosidad abierta, cariño hacia ti mismo/a y con sentido del humor.

¿Por qué esto a veces parece extraño, frustrante, incluso aburrido?

Vivimos en un estado de sobre-estimulación casi permanente; estamos constantemente bombardeados con información diseñada para captar nuestra atención y darnos un estímulo instantáneo; nuestros smartphones, redes sociales y newsfeeds están cuidadosamente diseñados para hacer esto. Para muchos esto ahora es un modo de vida automático e inconsciente. La frustración, el aburrimiento y malestar ocurren cuando tratamos la meditación de la misma manera; cuando la hacemos para sentirnos bien, para conseguir un estímulo inmediato  igual que si fuese una droga.

No estoy diciendo que la meditación no lleve a un sentido de paz o un sentido de bienestar pero esto sólo acaba ocurriendo cuando lo hacemos simplemente por hacerlo. Cuando intentamos forzar las cosas al intentar alejar nuestros pensamientos, conseguimos lo contrario: creamos más pensamientos sobre nuestros pensamientos, más emociones sobre nuestras emociones. Recuerda el dicho, “lo que resistes, persiste”. Cuando meditas, tu compromiso es quedarte en un sitio durante cierto tiempo y simplemente hacerlo.

La aceptación y el cariño son clave. Humildemente aceptamos que tenemos poco control sobre nuestras mentes. Aceptamos que perderemos la concentración; aceptamos lo que observamos – los pensamientos, las emociones, sea lo que sea. Somos amables y compasivos hacia nosotros mismos, especialmente hacia nuestras mentes atormentadas. Si tenemos un sentimiento o una emoción incómoda, simplemente permitimos que exista; no intentamos deshacernos de ello. Por no guardar alguna expectativa, no tenemos la necesidad de criticarnos a nosotros mismos, juzgarnos o machacarnos.

Cuando aprendemos a tener compasión hacia nuestra mente atormentada, nos sentiremos más felices y también desarrollamos auténtico cariño y compasión altruista para otras personas – algo que tenemos que desarrollar por el bien de todos.

 

Autor Geoffrey Molloy©

 

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