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LO AGRIDULCE DE LA VIDA

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Geoffrey Molloy

Mi hija más joven se fue de casa esta semana. Es la más pequeña de nuestros cinco hijos. Sus hermanas y hermano mayores ya “han volado del nido”. Nuestros hijos ya son adultos aunque con cierta falta de experiencia pero competentes. Viven en diferentes países y ciudades. Que un hijo se vaya de casa no […]

noviembre 12, 2014

BoletinesResiliencia - Mindfulness y más allá

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Mi hija más joven se fue de casa esta semana. Es la más pequeña de nuestros cinco hijos. Sus hermanas y hermano mayores ya “han volado del nido”. Nuestros hijos ya son adultos aunque con cierta falta de experiencia pero competentes. Viven en diferentes países y ciudades. Que un hijo se vaya de casa no es una experiencia totalmente nueva para nosotros pero esta vez parece diferente; hay un sentido de finalidad asociado con la ida de casa de esta hija. Utilizo la palabra “finalidad”  no en el sentido de que nunca más la volveremos a ver, sino en el sentido de que el hecho de que la más joven de nuestros hijos se vaya de casa marca el final de un capítulo importante en nuestras vidas: treinta años de tener niños en casa y toda esa atención que los hijos piden (especialmente los más jóvenes) – esa atención que consume casi todo tu tiempo. Ahora estamos solos en nuestra casa grande de piedra. Hay poco ruido. Somos como dos guisantes secos repiqueteando en una enorme lata.

Echaré de menos a nuestra hija por tantas cosas: su urgencia, la inmediatez con la que vive su vida; el simple placer de ver su cara radiante y bella, charlar con ella en la cocina sobre nada en particular; ser agradablemente sorprendido por su sabiduría, su sentido de humor; enterarme de sus amigos, cómo se desarrolla su manera de ver la vida y cómo corrige mi castellano abominable. Sé que echaré de menos todas estas cosas, así que también siento tristeza. Todo esto es tanto más conmovedor porque siento que un capítulo de mi vida termina y ahora empieza el próximo. Este es el capítulo que termina inevitablemente en la vejez y la muerte. Tal y cómo es el ciclo de la vida. Nada es permanente. Lo mismo le ocurrirá a mis hijos. Ellos sentirán lo que Rhea y yo sentimos cuando sus hijos se vayan de casa. Ellos también tendrán que hacer frente a la vejez, posiblemente a la enfermedad y a la muerte.

Para ser felices tenemos que soltar la ilusión de lo que creemos que tenemos y abrazar lo que viene después. El proceso de la vida es milagroso pero por el hecho de estar expuestos a él cada día tendemos a “desintonizarnos” y sólo vemos lo ordinario perolo milagroso siempre está ahí, si nos molestamos en cambiar donde prestar nuestra atención.

Cuando menciono la muerte o la impermanencia en los cursos que imparto, algunos ponen los ojos en blanco; otros ponen una expresión de horror o repugnancia. Este miedo a la realidad de la muerte y de la impermanencia limita severamente la profundidad e intensidad de nuestra experiencia de la vida. Nuestro “momento bajo el sol” es corto; necesitamos volvernos conscientes de esto. Puede que hacer esto sea una experiencia “agridulce” y por supuesto estamos fácilmente distraídos. Puede que sintamos que estamos demasiado ocupados, que somos demasiado importantes, que simplemente no tenemos tiempo para estar en el presente, para encontrar paz ahora mismo. Siempre hay algo importante que hacer, el próximo objetivo que hay que cumplir. Hipotecamos el momento presente por alguna idea de paz y felicidad futuras, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo; como si las cosas fuesen permanentes.

Cuando aceptamos plenamente que todo es impermanente, entonces podemos prestar nuestra atención en vivir nuestras vidas plenamente; apreciar lo que tenemos delante y así vivimos más en el presente. El momento presente es el único momento que existe; es el único momento que tenemos verdaderamente. Si no podemos encontrar paz aquí y ahora en el momento presente, entonces la paz nunca será más que un concepto, algo que encontraremos en el futuro cada vez más distante.

Dejo la palabra al Dalai Lama:

Cuando al  Dalai Lama, le preguntaron lo que le sorprendía más de la humanidad contestó:

«El Hombre. Porque sacrifica su salud para ganar dinero. Luego sacrifica el dinero para recuperar su salud. Luego está tan ansioso por el futuro que no disfruta del presente. El resultado es que no vive en el presente ni en el futuro; vive como si nunca va a morirse y luego muere sin haber vivido realmente.»

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