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Geoffrey Molloy
Últimamente parece que estoy pasando gran parte de mi vida en aviones, aeropuertos, hoteles y taxis. Me encanta dormir en mi propia cama y si Rhea está ahí también – aún mejor. El otro día, estaba sentado en el restaurante de un hotel comiendo mi desayuno. Con poco orgullo tengo que confesar, sentía un poco […]
diciembre 11, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Últimamente parece que estoy pasando gran parte de mi vida en aviones, aeropuertos, hoteles y taxis. Me encanta dormir en mi propia cama y si Rhea está ahí también – aún mejor. El otro día, estaba sentado en el restaurante de un hotel comiendo mi desayuno. Con poco orgullo tengo que confesar, sentía un poco de lástima de mí mismo, pensando que hubiera preferido estar desayunando en casa. Una pareja mayor – de más de ochenta años, pasó cerca de la mesa – en un estado delicado pero hábiles.
Me surgió el pensamiento que dentro de veinticinco años más o menos, así estaríamos Rhea y yo. También me surgió lo que los budistas llaman los Cuatro Sufrimientos Nobles: Nacimiento, Enfermedad, Vejez y Muerte.
Contemplar la muerte no es algo que hacemos con especial alegría – la razón por la que lo evitamos instintivamente. En las palabras de Christopher Hichens: “No es que se haya terminado la fiesta; la fiesta sigue pero tú ya no estás invitado.”
Sentí una tristeza y un agradecimiento inmensos a la vez: todos esos años criando a cinco hijos – los momentos duros, los momentos maravillosos, la cercanía, de haber compartido tanto. Somos tan afortunados de estar vivos; y además, el poder compartir esto con otra persona – verdaderamente no sé qué más posiblemente podría querer. Veo a mis hijos hermosos y valiosos – todos adultos y me llena el corazón ver el buen corazón y compasión que tienen. Son lo mejor de nosotros.
Me siento el hombre vivo más afortunado.
Pero mi apego también causa sufrimiento cuando pienso en cómo todo esto terminará y todo cambiará. Pronto me volveré mayor y me moriré. Mis hijos también. Esto forma parte de la belleza y dulzor de esta existencia tan fugaz – menos que un parpadeo en la escala cosmológica de cosas.
Aquí estoy yo, tan infinitésimamente pequeño. Sin embargo, dentro de esa pequeñez existe una consciencia tan expansiva que puedo guardar y apreciarlo todo. Rhea y yo, estamos al lado el uno del otro, mano a mano, en asombro, maravillados, con este regalo tan efímero, tan precioso, tan valorado y en el fondo algo tan infinitivamente misterioso.
Al leer las noticias vemos a políticos en todo el mundo comportándose de manera cada vez más venal y lejos de contacto con la gente y los asuntos importantes que nos afectan a todos. Lo que les interesa principalmente es enriquecerse y el poder. Observarles es igual que observar a dos pulgas discutiendo sobre a quién le pertenece el perro. Su visión es igualmente limitada.
Las demandas y distracciones junto con el impulso del ego significan que muchas veces vivimos con la visión y consciencia como pollos escarbando en la suciedad, dirigidos “mindlessly” por el piloto automático egocéntrico, en vez de vivir con la visión masivamente abierta y consciencia del águila, planeando por encima.
Cuando vivimos en esta realidad del milagro de la vida, del aprecio – entonces todo lo demás es “una caquita”; todo es parte de la experiencia.
La ciencia nos ha permitido entender cómo funcionan las cosas. Nos ha dado tremendo control sobre nuestro entorno. Sin embargo, todas las grandes cuestiones y las más importantes siguen tan misteriosas como siempre han estado. El aspecto más importante es que – sin perder contacto con la ciencia – cada uno desarrolle su propia relación con este misterio.
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Comentarios de la comunidad
Mariano Delmas González
Es que "la muerte no es el final" como dicen en el ejercito...un recuerdo Geoffrey