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septiembre 8, 2013
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Una de las cosas que me gusta leer son los comentarios que recibo. Muchas veces son positivos – algunos lectores me comentan alguna experiencia interesante de su vida que resuena con el tema de mis newsletters. Otros me escriben para decirme que les gustó lo que leen pero su actitud se podría expresar de la siguiente manera: “Bueno, todo maravilloso pero ojalá encontrase el tiempo para ser mejor persona o persona más feliz; pero yo vivo en el mundo real y tengo que resolver problemas reales – simplemente – no tengo el tiempo.”
Esta actitud no es sorprendente puesto que en nuestra sociedad tan fragmentada y acelerada, pasamos tan poco tiempo en la reflexión. En vez de esto hemos sido entrenados desde la niñez a hacer cosas y esforzarnos constantemente. El paradigma del “universo-centrado-en-mí” es nuestra única realidad. Estamos incesantemente obsesionados con mi vida, mis necesidades, mis problemas. Desde luego nuestra conexión con otras personas se ve reducida a medida que cada persona con la que cruzamos la clasificamos automáticamente como un obstáculo potencial a nuestros planes o ayuda potencial a nuestros planes. Los demás no nos interesan para nada. Todo lo que se juzga “de ningún interés” apenas se registra en nuestros sentidos. Irónicamente, es precisamente este paradigma del “universo-centrado-en-mí” y el comportamiento que genera (para proteger este mismo universo-centrado-en-mí) lo que nos lleva a perder contacto con nuestro verdadero yo. Es una de las muchas paradojas de la vida.
Dicho de otra manera, nuestro aferramiento ansioso a lo que tenemos (incluso si no estamos verdaderamente seguros de lo que queremos), significa que perdemos la oportunidad de encontrar algo mejor. Cuando guardamos para nosotros mismos lo que nos pertenece (pej la bondad, el amor, la compasión), mermamos el valor que tiene para nosotros a largo plazo. Cuando intentamos protegernos siempre a nosotros mismos ante las incertidumbres y desgracias del futuro, irónicamente sufrimos aún más por estas posibles desgracias futuras (desgracias que muy probablemente nunca ocurrirían). Cuando no cuidamos a otros, no nos cuidamos a nosotros mismos debidamente.
Vemos cómo actúa esta paradoja cuando practicamos “mindfulness”; cuando aprendemos a dejar de hacer cosas y empezamos a estar; cuando aprendemos y experimentamos directamente el poder de la intención y de no-juzgar por encima del esfuerzo y hacer cosas.
Cuando dejamos de intentar forzar que surjan sentimientos agradables… son más libres de surgir por su cuenta.
Cuando dejamos de intentar resistir tener sentimientos desagradables, puede que descubramos que se alejen por su cuenta.
Cuando dejamos de intentar hacer que algo ocurra, puede que todo un mundo de experiencias frescas y sin anticipar se vuelvan accesibles.
Sin embargo, lo que podría parecer paradójico si se ve a través del prisma limitado del “universo-centrado-en-mí,” se vuelve cristalino cuando salimos fuera de las limitaciones de este paradigma.
Por ejemplo, la generosidad puede parecer la más paradójica: Los que dan, reciben. Cuando nos preocupamos por el bienestar y la felicidad de los demás, mejoramos nuestro propio bienestar y felicidad. Cuando damos de nosotros mismos, nos volvemos más vivos y prosperamos.
La paradoja de la generosidad también fue enseñada por ciertos personajes sabios, cuyas enseñanzas posteriormente se convirtieron en religiones. Por ejemplo, el Buddha enseñó que, “Dar trae la felicidad en cada fase del acto de dar.” Un proverbio hindú declara: “los que dan tienen todo; los que no sueltan nada, no tienen nada.” Jesús de Nazaret dijo, “Quien se aferra a todo en su vida, lo perderá; y quien suelte todo en su vida, lo conservará.”
Esta paradoja de la generosidad no es simplemente una filosofía para ser “buena persona”, ni una enseñanza religiosa para que puedas ir al Cielo; es un hecho. Estudio tras estudio ha demostrado que cuanta más generosamente te comportes a lo largo de tu vida, tanto mayor tu sentido de conexión y bienestar.
Pero como siempre, hay una pega; no es algo que puedes fingir. No vale por ejemplo, decidir ser generoso con la idea de recibir algo de vuelta; no puedes jugar/aprovechar el sistema.
Así que ¿cómo podemos empezar? Empieza desde abajo y sube poco a poco.
Sé generoso en tu intención y en las acciones: Durante el día tendrás contacto con muchas personas. Es bastante probable que el contacto sea rápido y superficial y que nunca se consigue una verdadera conexión. Cuando te cruzas con diferentes personas a lo largo del día, toma la oportunidad para verdaderamente verles y luego mentalmente, desearles lo mejor de lo mejor para sus vidas. Si estás conduciendo, en vez de cerrarle el paso a alguien, cédele el paso. En vez de hacer caso omiso de peatones, para y permíteles que crucen la calle.
Sé generoso con tu tiempo: Tómate el tiempo para verdaderamente escuchar a alguien. Presta tu atención plenamente en escuchar y entender a la persona sin intentar pensar en lo que será tu siguiente respuesta. Tómate tiempo para estar con miembros de tu familia. Si estás jugando con tus hijos, estate en un 100% con ellos y sólo juega; juega como si no tuvieras nada más que hacer.
Sé generoso con tus posesiones: En casa cada pueblo o ciudad hay personas desamparadas posiblemente por culpa de la crisis. Si no quieres darles dinero, dales comida, una manta, ropa vieja. (La mayoría de nosotros tenemos más ropa de la jamás necesitaríamos.)
Sé generoso en tus pensamientos: En vez de buscar fallos en otras personas, en vez de intentar ver las diferencias, encuentra lo que tenéis en común. Recuerda que todos, igual que tú, queremos evitar el sufrimiento y ser felices. Observa tu humanidad común y compartida.
Actos de bondad casuales y anónimos: Si miras a tu alrededor, verás que hay muchas oportunidades para realizar actos de bondad casuales y anónimos. Busca maneras en las que puedes ayudar a otros. Podría ser ni más ni menos que pagar el café a alguien o dejar un regalo anónimo a alguien, u ofrecer a un amigo o familiar una noche libre cuidándoles los niños.
Haz que sea tu intención fijarte en estas oportunidades. Cuando eres bondadoso con alguien, sé bondadoso sin esperar nada a cambio. Si dejas que cruce la calle un peatón y no da las gracias, ¿qué más da? No lo hiciste para recibir las gracias; lo hiciste simplemente para que el día de otros funcionase mejor. Y ésta es la clave. En vez de pasar todo tu tiempo enfocado en tus problemas, tu vida, tu situación económica, tus temores, tus ambiciones, pregúntate qué puedo hacer para que otra persona esté más feliz, para aliviar el sufrimiento en su vida un poquito.
Mantén una presión suave y cariñosa en ti mismo hacia el sentido de la bondad y la generosidad. No seas duro contigo mismo por no ser lo suficientemente generoso. Ésta no es una competición. No esperes que las personas se comporten de manera diferente, simplemente porque tu comportamiento ha cambiado . Míralo como experimento; céntrate en la generosidad durante un mes y observa qué tal; observa cómo te sientes.
Mi filosofía de la vida es que todos marcamos una diferencia en este mundo. Por el simple hecho de que esté vivo, el mundo es un lugar diferente. Todos marcamos una diferencia – lo queramos o no. Así que, ¿Por qué no asegurar que la diferencia que marcas sea la mejor diferencia posible?
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