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octubre 23, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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La felicidad, tener un rumbo en la vida y una razón de ser, todos están conectados con la percepción y el contexto.
Hace poco leí un libro interesante sobre ciudadanos soviéticos y su experiencia de reconstruir su país después de la Segunda Guerra Mundial. El libro tenía la forma de una narrativa intercalada con entrevistas. Parece que prácticamente la totalidad de la población soviética fue movilizada para reconstruir la “Tierra Madre”. Por ejemplo, ingenieros fueron enviados a zonas remotas para reconstruir centrales eléctricas. Gran parte del tiempo tenían frío, poca comida y condiciones muy duras. Sin embargo, los que fueron entrevistados, hablaron de aquellos días con orgullo y gran pasión. Consideraban aquellos días como los mejores, los más felices de sus vidas.
Muchos fueron de la opinión de que las malas condiciones en las que trabajaban y vivían no fueron tan difíciles de aguantar, ya que cada uno se sentía parte de algo mucho más grande. Tenían una camaradería y un sentido de propósito, una conexión entre ellos y el conocimiento que sus acciones, por muy pequeñas y aparentemente insignificantes que parecían a nivel del individuo, en realidad formaban parte del todo y que tenían mayor significado en un contexto más elevado. Fueron capaces de apreciar el propósito de sus vidas en un contexto más elevado y con más significado.
En nuestra sociedad acelerada, fracturada, constantemente distraída, tener rumbo en la vida, un propósito más elevado y mayor contexto, todo esto ha sido reemplazado por un culto miope de individualismo y consumismo vacíos. Podría parecer que el propósito de nuestras vidas se ha reducido simplemente a ser buen trabajador y consumir cosas. Esta superficialidad, falta de significado y su consiguiente falta de propósito son algunas de las razones por las que tantas personas se enferman. Conseguir más cosas no es la solución. No necesitamos más cosas, más distracciones, más pavoneo vacío, sino vivir en el contexto de mayor consciencia (por ejemplo, apreciar el maravilloso milagro de estar vivos y formar parte del todo) lo que resulta en mayor consciencia y resiliencia.
Si imaginas que el nivel de consciencia en que necesitamos vivir para experimentar felicidad profunda subyacente, conexión, significado y propósito en nuestras vidas, podría ser representado por una esfera del tamaño de un roble, es triste cuando nos damos cuenta de que la mayoría de nosotros vivimos con una consciencia del tamaño de un guisante.
Cuando percibimos el mundo a través de esta consciencia de “guisante”, nuestras vidas se reducen a escarbar en la suciedad como una gallina. La mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos como especie resultan de nuestra percepción del mundo a través de una consciencia del tamaño de un guisante. Afortunadamente podemos cambiar y aumentar el tamaño de nuestra consciencia (en realidad redescubrir lo que siempre está ahí). Conseguimos esto por prácticas simples de resiliencia que incluyen la meditación y la incorporación a nuestras vidas de actitudes como la bondad, el agradecimiento y la compasión.
Conciencia de roble o guisante… es tu decisión.
Te dejo con un cuento taoísta que ilustra esto:
Hace muchos años, en un valle remoto, vivía un granjero. Un día mientras paseaba por el monte, encontró un nido de águila y dentro un huevo. Lo cogió y lo guardó cuidadosamente en su mochila. Al atardecer volvió a casa, a su granja y juntó el huevo a los huevos que había en el gallinero. Tenías que haber visto a la gallina, sentada encima de este huevo magnífico, con su pecho hinchado de tanto orgullo. Incubó aquel huevo con mucho cuidado. Efectivamente, unas semanas después un precioso aguilucho sano emergió del huevo.
El aguilucho se crió entre sus hermanos pollos. Aprendió a hacer todas las cosas que hacen los pollos. Cloqueaba y rascaba en la tierra buscando insectos y gusanos, agitando las alas furiosamente para subir volando poca altura para acabar estrellándose en el suelo en una ducha de tierra y plumas. Creía absolutamente que era un pollo. No había conocido otra cosa.
Pasaron los años y un día el aguilucho-que-se-creía-gallina, por casualidad levantó la mirada al cielo. Muy en lo alto, planeando majestuosamente, sin esfuerzo, sin casi agitar sus grandes alas doradas poderosas, había un águila. “¡Guau! ¿Qué es esto?” gritó el águila ahora envejecido asombrado. “Es magnífico. ¡Tanto poder y gracia! ¡Qué hermosura!” “Es un águila,” contestó un pollo. “Es el Rey de los Pájaros. Es libre. Es el pájaro del aire… no como nosotros. Nosotros sólo somos pollos. Sólo somos pájaros de la tierra.” Y todos volvieron a mirar hacia abajo y siguieron cloqueando, rascando y cavando en la mugre. Y el águila vivió y murió como gallina… porque es todo lo que creía que era.
¿Vivirás tu vida como un pollo o como un águila? Está en tus manos.
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