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Geoffrey Molloy
Pasamos tanto tiempo pensando, planificando, organizando, gestionando que casi nunca experimentamos verdaderamente estar plenamente vivos y conscientes. En nuestras vidas frenéticas llenas de distracciones estamos demasiado ocupados preocupándonos por el futuro o reviviendo el pasado. Cuando estamos así, dejamos de interactuar directamente con el mundo y nuestras vidas; en vez de esto, nos perdemos en […]
noviembre 18, 2020
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Pasamos tanto tiempo pensando, planificando, organizando, gestionando que casi nunca experimentamos verdaderamente estar plenamente vivos y conscientes. En nuestras vidas frenéticas llenas de distracciones estamos demasiado ocupados preocupándonos por el futuro o reviviendo el pasado. Cuando estamos así, dejamos de interactuar directamente con el mundo y nuestras vidas; en vez de esto, nos perdemos en un monólogo interno desbordado con nuestras ideas, conceptos y opiniones. Igual que en una casa vacía; no hay nadie pero las luces están encendidas.
Este domingo, dí un paseo con mi mujer, Rhea y mi hija, Erika.
El cielo – gris y cubierto; una temperatura fresca pero no sin frío; con rachas de viento y una lluvia fina constante y refrescante.
El paseo empieza con una conversación: las cosas importantes y mundanas de la vida en familia. Pero luego dejamos de hablar y simplemente quedamos los tres, envueltos en el silencio, interrumpido sólo por los sonidos de la naturaleza, el bosque y todo lo que contiene. Quito mi gorro de lana para poder sentir mejor la lluvia en mi cabeza. Reflexiono que si todavía tuviese pelo, no podría apreciar tan bien la lluvia y la sinfonía del patrón aleatorio de golpecitos a medida que las gotas de lluvia caen en mi cabeza. Siento las gotas separadamente y en su conjunto. También escucho el “ploc, ploc” del tamborileo de la lluvia en las hojas, que cambia con el viento y depende de la intensidad de la lluvia. El sonido del riachuelo mientras se precipita, borboteando desde su nacimiento en las montañas hasta su cita con el mar. Me fijo en mi respiración y cómo funciona mi cuerpo; cómo mi respiración cambia: más fuerte al subir las cuestas, más relajada al bajarlas y cómo el aire puro y rico en oxígeno del bosque llega a cada célula de mi cuerpo. Los riachuelos están llenos después de la lluvia reciente y necesito prestar atención “mindful” para cruzarlos sin caerme por las rocas resbaladizas. Me fijo en cómo noto las partes seguras no resbaladizas a través de mis botas. ¡Incréible! Me paro muchas veces simplemente para observar y mirar. Me encuentro constantemente asombrado por la pura abundancia de vida en cada centímetro cúbico. Cuánto más tiempo dedico a observar, tanto más veo y tanto más maravillado me siento al ver los patrones, los colores, la pura vitalidad de todo. Ahí estoy yo, plenamente en medio de este milagro de la vida. Soy parte de ello. A medida que mi mente se vuelve más tranquila, también la ilusión de separación creada por mi ego se evapora y soy un simple punto de consciencia que esta observando; en este momento existe el observador y lo observado. Hay momentos cuando incluso esta distinción se disipa y la diferencia entre el observador y lo observado ya no existe, sino que todo es uno, una conexión profunda; una felicidad inmensa y un profundo sentido de agradecimiento, hasta me atrevo a decir – amor.
El momento presente y el milagro de estar vivo y consciente siempre está ahí; nunca se va. Es sólo que vivimos distraidos.
Encuentra tiempo simplemente para estar en la naturaleza – en el bosque, en la sierra, el monte, en un parque o en tu jardín. Descansa de las compulsiones y exigencias de tu “universo centrado en mí” para simplemente estar, mirar, escuchar, respirar, observar y asombrarte.
Por supuesto, haz esto siempre con una actitud de curiosidad abierta, un sentido de cariño bondadoso hacia ti mismo y hacia otros, siempre con un toque de humor
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Comentarios de la comunidad
Vasile
Muchísimas gracias,Geoffrey i Rhea