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El enfado es un infierno

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Geoffrey Molloy

El enfado y su gemelo, el odio, se basan en proyecciones y en la exageración y no en la objetividad y sabiduría. Johnny vivía en su propio infierno privado, rodeado de personas que se empeñaban en no comportarse tal como él creía que deberían. Su necesidad de tener razón fue primordial. Le frustraba constantemente que […]

noviembre 12, 2020

BoletinesResiliencia - Mindfulness y más allá

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El enfado y su gemelo, el odio, se basan en proyecciones y en la exageración y no en la objetividad y sabiduría.

Johnny vivía en su propio infierno privado, rodeado de personas que se empeñaban en no comportarse tal como él creía que deberían. Su necesidad de tener razón fue primordial. Le frustraba constantemente que el mundo simplemente no funcionaba tal como debería. Le enfurecía que las personas no le veían tal como él quería que le viesen, tal como deberían. Muchas veces se sentía justificado por tener esta ira y odio; no podía ver que el “odio justificado” está en la misma categoría que el “cáncer justificado” o “tubercolosis justificada” – todos conceptos sumamente absurdos.

Los pocos amigos que tenía, intentaron ayudarle. Le señalaron su actitud enfadada y arrogante. Esto le enfadó durante semanas y pasaba hora tras hora dándole vueltas sobre lo injusto que fue todo; como le atacaban injustamente. “¡Que se jodan! No les necesito a estos jilipollas,”pensaba.

Se volvió cada vez más aislado, más distante, lo que le dio aún más tiempo para darle vueltas y para revivir el mal que “ellos” le habían infligido. Esto le volvió aún más enfadado.

Cuando regañó de manera desagradable a su mujer sobre una tarea doméstica que estaba haciendo, ella contestó con un tono duro igual que él. Esto se convirtió en una discusión violenta que duró una semana. El le daba vueltas a cómo ella le maltrataba constantemente. Esto le volvió aún más enfadado y huraño.

El enfado contaminó todo en su vida: sus relaciones, su salud, su felicidad, su trabajo. La humilidad, la paciencia y el agradecmiento no tenían ningún sitio en su vida. Las amistades fueron difíciles, incluso imposibles de seguir, ya que eventualmente su necesidad de tener razón, tarde o temprano acabó sofocando cualquier buena voluntad.

Su dependencia de sustancias químicas como solución aumentó; parecía que fue el único momento cuando podía dejar de pensar y dejar de sentir. Llevaba tanto tiempo drogándose que no podía ver que el precio de esta desconexión química acababa en aún más enfado, menos paciencia, menos humilidad. Sentía simplemente que su vida era una mierda, llena de personas de mierda, haciendo y diciendo cosas de mierda.

Su mente parecía como una bola caliente, dura y apretada de alambre espinosa que no conseguía deshacer – por mucho que lo intentase. Se machacaba a sí mismo sin piedad por no poder deshacerla. Eso le frustró aún más, lo que por supuesto, le enfureció todavía más.

Hay pocas maldiciones peores que “que siempre estés enfadado”; la comida no tiene sabor, el amor no tiene sentido, el cariño bondadoso no se ve en ningún sitio.

La meditación nos permite crear un sitio seguro donde podemos explorar este enfado. Junto con las prácticas que apoyan (tales como el agradecimiento, la compasión, el perdón) a lo largo del tiempo, podemos reemplazar este enfado con cariño bondadoso; podemos encontrar el amor, la paz y la conexión que deseamos tener. No se irá nunca a ningún sitio; siempre estará ahí, constante, tranquilo, observando y esperando.

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