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junio 20, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Hace poco un amigo, una persona que admiro muchísimo fue diagnosticado de cáncer. Bueno, dentro de lo que cabe con el cáncer, es uno de los tipos de cáncer menos serios, más manejables; muchas personas viven muchos años con ello, sufriendo poco. Sin embargo, dicho esto, obviamente ningún cáncer siempre será mejor que cualquier tipo de cáncer. Su señora de más de 30 años, una persona maravillosa y bondadosa, estaba desconsolada. Ya había visto a demasiadas personas cercanas sufrir y morirse de esta enfermedad. En una conversación en la que estaba intentando encontrar unas palabras consoladoras, pensé durante un momento cómo me sentiría yo si fuese mi mujer, Rhea que estuviese enferma. ¿Cómo haría frente a esto? Simplemente pensar en tal escenario fue casi insoportablemente doloroso. Sentía como se me saltaban lágrimas y sólo podía imaginar una negrura insoportable, un dolor demasiado intenso de soportar. Al mismo momento estaba profundamente consciente de que verdaderamente amar a alguien significa volverse vulnerable a tal dolor. Este dolor, y hasta cierta medida el miedo a este dolor, es la consecuencia inevitable de un amor profundo y especial que ha sobrevivido muchos años, momentos y situaciones de todo tipo (algo que tanto su matrimonio como el nuestro tienen en común). La impermanencia y la pérdida que trae son tan inevitables como el amanecer y el atardecer. Esto siempre es una realidad.
Hay sólo dos cosas ciertas en esta vida: moriremos y no sabemos cuándo.
Un día el Buddha estaba dando un discurso cuando apareció una mujer inconsolable por el fallecimiento de su hijo. Ella se tiró en el suelo delante del Buddha suplicando que le ayudara. El Buddha contestó. “Primero tráeme un pimiento de una casa que no ha conocido la muerte y te ayudará. Feliz de haber encontrado una solución, la mujer empezó su búsqueda. Pero cada casa y cada familia que encontró habían experimentado la muerte, de un marido, mujer, abuela, tío, hijo, hermana. Después de meses de búsqueda la mujer finalmente entendió y con un alivio aceptó la realidad: que la muerte es una parte inevitable de la vida.
Situaciones como la de mis amigos, momentos como estos, en realidad son grandes regalos disfrazados; nos recuerdan que con demasiada frecuencia vivimos como si nunca vamos a morir; y a consecuencia corremos el peligro de morirnos sin haber verdaderamente vivido. Hay ratos cuando soy un auténtico gilipollas; vivo creyendo que siempre habrá un mañana para hacer las paces después de una discusión; que habrá un mañana para aquel abrazo, aquel beso, esa acción de bondad que demuestra el aprecio. Pero la verdad es que no siempre hay un mañana. En algún momento viviremos aquel día para el que no habrá un mañana; es sólo que nunca sabemos cuándo va ser.
Sólo existe ahora, el momento presente. La muerte es una parte inevitable de la vida. Cuando aceptamos estos hechos, empezamos a apreciar lo valioso que es este milagro que llamamos estar vivos. ¡Cuánto más milagroso es encontrar a alguien lo suficientemente especial para compartir esto! Cuando lo veo así me siento profundamente agradecido y mi corazón se llena de amor por Rhea y también con un sentido doloroso de vulnerabilidad que hace que aquel amor sea aún más dulce, más preciado.
La moraleja de este escrito es simplemente que cuando vivimos en la realidad de la inevitabilidad de la muerte, entonces nos damos cuenta de que simplemente no podemos malgastar nuestro tiempo comportándonos como un gilipollas.
Y con este pensamiento, os deseo una feliz semana. Os deseo paz en el corazón, amor y vulnerabilidad.
Geoffrey Molloy
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