Darse un descanso – lo que se necesita

Cualquier persona que esté creciendo y desarrollándose personalmente tendrá que darse un descanso para «resetearse» en algún momento (o en varios) de su vida.

Un cangrejo tiene que desprenderse periódicamente de su caparazón. Forma parte del proceso natural de crecimiento. El caparazón que le ha servido tan bien hasta ahora simplemente ya no es lo bastante grande para contener al cangrejo y por tanto, aunque la experiencia le resulte incómoda, se deshace de su viejo caparazón sin dramas. En otras palabras, se deshace de su caparazón cuando ya no le es útil.

A medida que los humanos vamos avanzando por la vida, también nosotros debemos desprendernos de nuestros «caparazones» − es decir, las estrategias y adaptaciones que adquirimos de niños. Puede que estas estrategias funcionasen hasta cierto punto con nuestras familias. Sin embargo,  puede que ahora no sean lo suficientemente amplias como para sostener nuestras vidas y se convierten en una fuente de sufrimiento.

A menudo, estamos demasiado ocupados para darnos cuenta de que es hora de cambiar, o si nos damos cuenta, preferimos permanecer dentro de nuestra zona de confort; seguimos tenazmente las estrategias conocidas, a pesar de la ansiedad, el estrés, la ira. No somos felices, pero hay una especie de comodidad en hacer lo que ya conocemos. Puede ser, por ejemplo, asumir o intentar resolver los problemas de los demás, siempre caer bien a la gente, ser perfeccionistas, ser siempre «complacientes». Puede que sintamos que tenemos que ser siempre muy críticos con nosotros mismos. Puede que reconozcamos que la relación en la que estamos no es sana, pero sentimos que tenemos que aguantar.

En todas estas situaciones hay cierta compulsividad, una especie de necesidad obsesiva de mantenernos constantemente distraídos con «cosas importantes». Ahora, nuestra percepción pasa a ser “percepción gallina”: incapaces de imaginar más que la suciedad y el polvo de nuestro gallinero, condenados a vivir nuestras vidas escarbando obsesivamente en el polvo. Por el contrario, todos tenemos dentro de nosotros una percepción alternativa, es nuestro derecho de nacimiento – la “percepción águila”: abierta, curiosa, adaptable y llena de posibilidades.

El precio de aferrarnos a nuestro caparazón cuando ya se nos queda pequeño suele ser la ansiedad, la ira, la tristeza, la resignación, incluso la depresión. ¿Cómo gestionamos este sufrimiento autogenerado? Bueno, como buenos consumidores puede que caigamos en la trampa de “tómate algo” – a menudo alcohol, ansiolíticos o antidepresivos, pero también pueden ser otras drogas como la cocaína o la marihuana. Intentamos anestesiarnos en lugar de afrontar lo que tenemos que afrontar. Esto es la adicción. A menudo, nuestra adicción es lo que hacemos en lugar de lo que realmente necesitamos hacer, por ejemplo: afrontar y resolver un mal matrimonio, integrar un trauma, transformar nuestra relación con una madre o padre narcisista, terminar una relación tóxica o abusiva.  Intentamos tratar los síntomas en lugar de la causa.

¿Qué podemos hacer? Tomarnos un tiempo para nosotros, a solas sin nuestra pareja, sin nuestros amigos, sin actividades emocionantes o que nos distraigan. Simplemente habría que encontrar un lugar apartado y tiempo para estar con nosotros mismos. Yo recomendaría al menos una semana. Una vez que nuestra «mente gallina» se calme, empezaremos a recuperar nuestra perspectiva de águila. Podremos escuchar mejor nuestra intuición, esa parte de «sabio águila» que hay en nosotros, nuestra sabiduría – una voz normalmente ahogada por el cacareo frenético de la mente racional. Ahora tendremos que actuar según esa sabiduría.

No debemos escuchar nuestras excusas sobre que sería sencillamente imposible porque estamos demasiado ocupados. Nunca encontraremos tiempo para hacerlo. ¡Tenemos que sacar tiempo!

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