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diciembre 4, 2018
Boletines, Resiliencia - Mindfulness y más allá,
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Las mejores oportunidades para practicar las enseñanzas muchas veces llegan disfrazadas y no siempre son momentos agradables.
Hace dos semanas viajé a Aix-en-Provence (Francia) por trabajo.
Resultó ser uno de esos viajes extraños y algo raro; todo lo que podía haber salido mal, salió mal: mis tarjetas de crédito no funcionaban así que no pude alquilar un coche. Mi llegada coincidió con las protestas nacionales de los “chalecos amarillos”, lo que significó tiempo extra en cualquier viaje, evitando las carreteras cortadas. A su vez había un grupo de personas cortando una calle a apenas 300 metros del hotel, lo que significó una noche llena de gritos, pitidos de coches y camiones, bomberos y policías ─ resultando en tres horas escasas de sueño. Estoy seguro de que te haces a la idea. Afortunadamente las personas con las que estaba trabajando ahí, no sólo fueron muy eficientes y lo tenían todo muy bien organizado, sino que también me sentí muy bien acompañado ya que fueron excepcionalmente amables conmigo.
Después de todo el jaleo para conseguir llegar a impartir el curso, no sin gran alivio, llegó la hora de subir al taxi que mi llevaría de vuelta al aeropuerto de Marsella. La conductora del taxi era una señora muy agradable y entre su inglés y mi francés nos conseguimos entender. De repente si giró para mirarme y me preguntó si me gustaría un masaje. Por un momento me sentí confuso y me pregunté a qué se referiría. Entonces apretó un botón y mi asiento me dio un riguroso masaje de espalda ─ es cuando descubrí que… ¡no me estaba haciendo una propuesta indecente!
He llegado a verdaderamente apreciar mis fines de semanas. Así que, aquel viernes por la mañana camino al aeropuerto, mi mente se estaba turnando entre estar en el presente, absorbiendo mi entorno y perdiéndome en la fantasía de mi fin de semana (también disfrutando por el masaje). Estoy seguro que, si alguna vez has viajado por trabajo, conocerás esa sensación de la anticipación de llegar a casa, el lugar donde simplemente somos lo que somos, donde nos sentimos más a gusto, más queridos y donde queremos a nuestros seres queridos.
Mi estado anímico era muy positivo. Llegué con tiempo de sobra a la puerta de embarque en mi pequeña y acogedora nube creada por mi expectativa anticipada a mi precioso fin de semana. A solamente veinte minutos del despegue programado aún no había señales de embarque. Entonces, es cuando cayó la noticia de que había problemas técnicos con el avión. Sentí una leve tensión en mi cuerpo mientras la realidad empezó a deshacer mi fantasía.
Más tarde me encontré haciendo cola durante más de dos horas, intentando conseguir otro vuelo a casa. Me ofrecieron llegar a Roma y después a Madrid. Cada vez estaba más claro que mi fin de semana duraría poco más de treinta horas. He de admitir que en ese momento sentí lástima por mí mismo. El niño de tres años dentro de mí empezó a hacer pucheros mientras yo me sentía irritado, enfadado y con lástima de mí mismo ─ todo al mismo tiempo: “¡Con un fin de semana tan cortito por delante y me lo paso en el maldito aeropuerto!” Me senté en la zona de embarques sabiendo que me quedaban ocho horas en el aeropuerto, a parte de las cinco que ya había pasado ahí.
Fue fascinante observar este patrón desarrollándose dentro de mí: mi apego de querer estar en casa, la idea de que debería de estar en casa, de que merecía estar en casa (entendible pero no me llevaba a ninguna parte). Mi mente, repleta de indignación justificada me quería llevar a esa conversación sin sentido de estar ofendido y con razón. Años atrás lo hubiera conseguido.
El poder de la mente racional es increíble; fíjate con qué facilidad uno puede entrar en un estado de desánimo y/o enfado.
Sin embargo, pensé que también era una gran oportunidad para practicar muchas cosas:
Paciencia: la calidad de ser paciente, el aguante a la provocación, irritación, mala fortuna o dolor sin quejarse, perder los estribos, etc. La habilidad o predisposición a suprimir la agitación o irritación cuando nos encontramos frente a algún retraso; tener paciencia con alguien que le cuesta aprender algo.
Compasión: Los empleados que tenían que tratar con nosotros tenían que trabajar con recursos limitados y con muchas personas irritadas y enfadadas. Las señoras en el mostrador fueron un enfoque perfecto para aquel enfado. El hecho es que estaban haciendo lo mejor que podían y también estaban sufriendo. Me aseguré de darles las gracias y desde mi corazón les deseé paz, felicidad y salud.
Agradecimiento: ser agradecido por todo. Estar vivo es un milagro. Soy afortunado de tantas y tantas maneras diferentes… En el contexto del resto de mi vida, este pequeño inconveniente es poca cosa. Me sentí agradecido por la oportunidad de practicar todo esto ─ eventualmente.
Bondad: En estas situaciones hay muchas oportunidades de actuar de forma bondadosa hacia los demás, ayudar a otros con sus maletas, entretener a los niños pequeños, etc.
Impermanencia: Esto también pasará. La situación y los sentimientos que acompañaban a la situación, todos fueron impermanentes.
Meditación: Pasé gran parte de mi tiempo siendo “mindful”, meditando, practicando con mi atención en diferentes cosas.
Mientras estaba ahí sentado tan tarde en el aeropuerto ya de noche, me di cuenta de que estaba feliz, con conexión, en paz y anticipando llegar a casa y sobre todo, pasar algo de tiempo con Rhea.
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